La actividad del Espíritu Santo
en la vida de la Iglesia es de suma importancia, porque habitando en los fieles
y llenado a la Iglesia de su Amor, produce esa maravillosa comunión de los
bautizados, unidos íntimamente a Cristo Jesús.
El espíritu Santo es el principio
de la unidad de la Iglesia, enriqueciéndola con la variedad de gracias y
ministerios. Es el Paráclito, es decir, el Abogado… enseña y asiste. Su
asistencia se manifiesta en los momentos más difíciles de la Iglesia.
El vive y actúa en la vida de cada fiel. Dijo Jesús: “si alguien me ama, observara mis palabras, y vendremos a él y haremos morada en él”… “yo rogaré al Padre y el les dará otro Consolador, para que permanezca siempre con ustedes, el Espíritu de la verdad, que el mundo no puede recibir, porque no le ve y no lo conoce”.
El vive y actúa en la vida de cada fiel. Dijo Jesús: “si alguien me ama, observara mis palabras, y vendremos a él y haremos morada en él”… “yo rogaré al Padre y el les dará otro Consolador, para que permanezca siempre con ustedes, el Espíritu de la verdad, que el mundo no puede recibir, porque no le ve y no lo conoce”.
Por eso que cada fiel es templo
de la santa divinidad, iglesia viviente del Dios Amor, Uno y Verdadero. Dice
San Pablo: “han recibido el Espíritu de hijos adoptivos, por el que clamamos
Abba, es decir, Padre” (Del cuaderno de anotaciones del Padre Stábile, año 1982, pág. 39 –
40).